sus ramas rojas y azuladas
corté con mi improvisado cuchillo.
De las muñecas, ojos blancos e irritados se asomaron,
me miraron a la cara y se perdieron en el cielo.
Tapando la herida con su cuerpo,
silenció la percusión de su canto
y me invitó a reconciliarnos,
en la eternidad del firmamento.
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